El arte de lo invisible

“La bohemia que yo viví
su luz perdió.”
Aznavour

  ¿Quiere que le explique lo del Gran Vidrio o lo del urinario? Sería similar a que tratara de explicar cómo se gesta una combinación victoriosa, un sacrificio de dama que culmina en mate. Esas cosas no se explican, tampoco se preparan. Surgen de golpe, emergen de la nada. Y, de pronto, ahí aparecen. Es como atrapar un fantasma o un espejismo sobre el tablero. Están ahí pero no están. Uno las adivina en el futuro. Entregar una torre, un alfil o un escaque no es algo que se comprenda en el momento, muchas veces el verdadero sentido de una entrega se entiende más tarde. Transcurrido algún tiempo. De modo que es una acción en el tiempo. Se ve, pero no se comprende de inmediato. Hasta puede que no resulte. Y, si no lo entiende ahora no importa, seguro que un día lo comprenderá. Además, entonces yo era muy joven, pero hervía de inquietudes. Abandoné mi pueblo, me colgué de ese tren triste y me fui a París. Mis hermanos mayores vivían en Montmartre, se habían instalado en una casa enorme que siempre pasaba llena de gente, músicos, escultores, poetas, modelos y toda laya de diletantes. Allí se respiraba una atmósfera muy estimulante. Era la república independiente de Montmartre. Todo era sometido a un escrutinio terrible y todo estaba cambiando. Cada quien experimentaba algo diferente, elaboraban teorías, refutaban la realidad. No aspiraban a cambiar el sistema, querían cambiar la vida misma. No podía ser que existiéramos para no ser. Ahí conocí gente macanuda como Alfred Jarry que me enseñó a descreer de la normalidad, las verdaderas normas que rigen la realidad son invisibles. Los surrealistas me contagiaron energía. Mis hermanos eran pintores, y la casa rebalsaba de lienzos, atriles y pintura. ¿Qué hice? Pintar por supuesto. Una tarde apareció Jeanne, completamente desnuda, tendida sobre un sofá, jovencísima y bella. Yo al comienzo la pintaba, la pintaba a cualquier hora. No hacía ninguna otra cosa. Imaginarla, tratar de construir una teoría y pintarla, después nos acostábamos. Con ella me inicié. Ella posó para mí. “Matorral” es ella. Otra cosa que hacía a menudo era visitar la Galería Kahnweiler, me impresionó la obra de Braque y el Cubismo de Picasso que empezaba a desprenderse del periodo azul poseído por una fiebre transformadora, simplemente arrasaba con las formas. Pintar y acostarme con Jaenne. Tirábamos en el sofá, en la escalera, sobre el piso de baldosa de la cocina. La vida era vértigo. Cuando en un desván con traje de can can posabas para mí / y yo con devoción pintaba con pasión tu cuerpo fatigado / hasta el amanecer a veces sin comer y siempre sin dormir… Entonces Picasso y Braque se rehusaron a justificar el cubismo con teorías o manifiestos, y por ahí, de golpe, para mí las cosas se aclararon. Brotó la luz. Comprendí que las fundamentaciones sobraban y las explicaciones son un malentendidoEn ocasiones tenemos que dejar de arrodillarnos frente al altar de la lógica, la política, el dinero o lo que sea. Mi método se simplificó, y me atreví a buscar conocimiento por derroteros que no tenían ninguna relación con la razón. La lógica no es una brújula, como se supone. Es una poderosa droga de autoengaño. Desde que comencé a tratar a la lógica como una araña venenosa y me propuse liquidarla, se abrieron miles de puertas. La lógica era un muro que me impedía ver. ¿Me comprende o no me comprende? Así me decían mis amigos de México… cuando discutíamos una posición. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Hay que sublevarse. Y hay que sublevarse contra uno mismo. Los trebejos sobre el tablero dibujan versos: te hablan. Lo mismo sucede con el arte… El arte posee la hermosa virtud de echar a perder todas las teorías artísticas. Solo se trata de capturar y plasmar algo bello. Si… Y, talvez muchos otros hagan eso. Lo que yo pretendo, lo que yo intento hacer, es prolongar el movimiento, que esa imagen siga moviéndose en la mente del espectador. Ese es mi arte. Lo mismo sucede con las piezas de ajedrez, continúan moviéndose en el pensamiento: no se detienen jamás. ¿Se puede hacer obras de arte con eso? No todos están obligados a comprender. Algunos siguen viajando en carruaje cuando otros ya cogieron el jet. Es una cuestión de perspectiva. Sacré coeur… Picabia jamás lo entendió. Lo mismo sucedió con el grupo de Pluteaux, que nace como un espacio rupturista, experimental, buscan quebrar el hielo de las formas congeladas. Entonces inauguramos El salón de los independientes. Y yo aprovecho y muestro ahí por primera vez mi obra Desnudo bajando una escalera. Antes se habían pintado desnudos, había técnicas y protocolos. Eran un clásico. Pero nadie, nunca, había hecho un desnudo en movimiento. Atención este desnudo no se mueve en la retina del espectador. No. Se mueve en su cerebro. Entonces ¿qué ocurre? Los otros artistas vanguardistas del grupo no lo comprenden. Se asustan y se ponen de acuerdo para pedirme que saque el cuadro. Imagínese. Yo no repliqué. Dije muy bien, muy bien, cogí un taxi para la exposición, recuperé mi cuadro y me lo llevé. El desnudo en el cuadro es Jeanne. Ella estuvo paseándose desnuda por mi vida muchísimo tiempo. Mon Dieu… Aquello fue el auténtico vuelco. Introdujo inéditas bifurcaciones en mis pensamientos. Entonces atiné a iniciar el efecto estereoscópico. Me di cuenta de que, después de aquello, nunca más volverían a interesarme demasiado los grupos. Al comienzo me costó un poco aceptarlo, pero con el tiempo, esa idea gradualmente fue madurando, lo podríamos llamar el arte de combinar objetos totalmente imaginarios. O si usted quiere “El arte de ver lo invisible”, que fue algo que, según comprendí después, yo venía haciendo desde pequeño, cuando con mis hermanos jugábamos al ajedrez en el patio de la casa. 
   Nunca volveríamos a todo aquello. 
   En algún momento también nos vimos en apuros: debajo de un quinké la mesa del café feliz nos reunía / hablando sin cesar soñando con llegar / la gloria conseguir y cuando algún pintor / hallaba un comprador y un lienzo le vendía / solíamos gritar con él y pasear alegres por París. A partir de cierto momento fui consciente de que no estaba consiguiendo la transformación que buscaba. Yo era un alquimista de la existencia. Pero otros eran solamente modelos. Estaban ahí para posar. Idénticos a esa anestesia que cuelga en los muros de los museos. No obstante, el arte está vivo, anda por las calles, se infiltra en los pensamientos y los sueños de la gente: Las convierte en otra cosa. El arte es una pincelada que    Dios te da en la cara. No se trata de buscar soluciones porque no existe ningún problema. Vinieron otras modelos, Y, las pinté. Y, me acosté con ellas. O nos acostamos primero y las pinté luego. A una la pinté jugando desnuda al ajedrez. Una imagen que te acompaña, se queda contigo, ella sigue moviendo los trebejos en tu mente. Ahí devienen otra cosa. Eso es arte. Sin darme cuenta la semilla del Gran Vidrio comenzaba a gestarse en mi mente. Por supuesto que jugaba ajedrez.  Analizar una posición, las piezas dispuestas en el tablero, es precisamente considerar combinaciones que solo existen en la imaginación y que acaso, como sucede la mayoría de las veces, jamás lleguen a encarnar en el tablero. En aquellos días dibujaba mucho en hojas de cuaderno y en libretas, hacía bosquejos, intentaba atrapar nociones, así nació la Virgen. Más tarde se me ocurrió capturar el proceso de la virgen transitando a novia. Y finalmente pinté Novia. Pardiez… No se trata de captar la evolución sexual sino la transformación interior, el tránsito o la mutación de la inocencia. Ese momento en que ya no es posible el retorno. Y en realidad ahí ya se anuncia la llegada del Gran Vidrio. A veces he pintado con palabras, retruécanos, elucubraciones, palabras-conceptos-girando como girasoles en una mente que es un prado invisible donde el viento se convierte en ángel. Cosas así. Un movimiento que solo es interior y que jamás llega a encarnar. Del mismo modo me sucede con ciertos amores. A Gabrielle la amé intensamente, la vi de mil maneras diferentes en mi cerebro, hasta la pinté en sueños, la vi transparente, su corazón palpitó en mi mano. Jamás la toqué. Eso sucedió luego de que me subí a un transatlántico, crucé el charco y llegué a Nueva York. Su marido era mi amigo, Mon ami… Ellos me recibieron en su casa. En cualquier momento ella aparecía desnuda. A esa casa llegaban también muchas mujeres. Algunas eran modelos, otras alumnas. Les enseñaba francés y nos acostábamos. A una le enseñé a mover los trebejos. Y hacíamos el amor jugando de memoria (e4 – c5) Algunas de aquellas pinturas quedaron por ahí reunidas. Le escribí a la Art Society of New York, les envié una carta sugiriendo que desde la terraza de un rascacielos colgaran de una grúa un piano moderno que pendiera sobre el vacío y los gringos que son muy prácticos de inmediato bautizaron eso como un Ready-Made. Se produjo un estallido y comenzaron a proliferar. Entretanto yo me estaba volviendo loco de ver a Gabrielle desnuda. No podía continuar junto a ella, ni siendo amigo de su marido. De modo que, un día le propuse a Yvonne que cogiéramos un transatlántico y nos largáramos a Buenos Aires. En esa bella ciudad, llena de estancieros y millonarios, acababa de jugarse el Título Mundial de Ajedrez y a donde uno fuera sonaba el nombre de Capablanca. Empecé a seguir sus partidas, a reproducir y a estudiar lo que caía en mis manos. Comenzó como una obsesión y pronto fue un vicio.  Considero el ajedrez «una obra maestra del cartesianismo y es a tal grado imaginativo que, a primera vista, ni siquiera parece cartesiano» Me resulta desafiante confrontar y fundir las dos actitudes, la ajedrecística y la artística. Yvonne Chastel acabó cansándose del ajedrez y se regresó a París. Yo añoraba el viejo tiempo, cuando teníamos salud, /sonrisa, juventud y nada en los bolsillos / con frío con calor el mismo buen humor/ bailaba en neutro ser luchando siempre igual / con hambre hasta el final hacíamos castillos / y el ansia de vivir nos hizo resistir y no desfallecer. Regresé a la Gran Manzana, y filmé aquella película de la baronesa Von Freytag-Loinghoven rasurándose el pubis bajo efecto estereoscópico. La película quedó arrumba por ahí, se deterioró y solo se salvaron un par de rollos. Pero aun así resulta posible apreciar el efecto estereoscópico. Jugué bastante ajedrez en El Chess Manhattan Club, y en dos ocasiones derrote al gran Frank Marshall.  Te diría que lo central fue que temprano comprendí que las palabras no consiguen expresar nada. En cuanto empezamos a verter nuestros pensamientos en palabras y frases todo se arruina. En un momento dado, comprendí que no hacía falta cargar la vida con un peso excesivo… Y, afortunadamente, lo comprendí bastante pronto.Claro, se puede sospechar que todavía soy una víctima del ajedrez. Tiene toda la belleza del arte y mucho más. No puede ser comercializado. El ajedrez es más puro que el arte en su posición social. Después les he tirado a la cara el estante de las botellas y el orinal. Un orinal. Ahora los admiran por su belleza estética. Pero no saben que les envié ese orinal porque pertenece al Café de la Regence en París.  Algo me dice que en él orinó Morphy. 
    Aunque tal vez se lo imaginen. ¿Qué cree usted?