Los canelos y su piel verde fueron deshojados,
Pero nadie advirtió la señal a pesar de que la machi
dijo que ese día había que cuidarse, que el cuerpo era un hilo delgado sostenido por un
poco de noche.
Un sonido surge de las ramas
misioneras del ayer que se desplaza
en el tiempo veloz y subterráneo de la madera.
Es un sonido aciago
que hace caer el tiempo de las hojas
y volar como el polvo por la tierra,
desnudo.
Un sonido
que lastima el tiempo y sus reveces
en la tarde oscura de Temucuicui,
se vuelca hacia la nada
traicionera.
¿Qué frontera se abre en el curso pensante de su tiempo
y el deseo
de una historia más justa y verdadera?
Se vuelve letra yerta, paralizada letra.
La carne rota de su etnia
ve hundir la promesa de ese cuerpo
joven,
sagaz,
y ventisquero.
Escritura corporal dejan las balas.
Remolino de luces traicioneras
se agachan, se expanden.
Como copihues o como arrayanes
brotan las huellas de su sangre.
Habrá una patria en los reversos,
Que cante al helecho taciturno,
Al duro esplendor que fue su nombre,
Al hermoso llamado de su lengua.
Habrá una forma
De hacer retroceder a los volcanes,
De volver opacos los espejos,
De articular las letras de su ritmo.
Pero ahora
solo se ven los días deshojados,
desierta de nidos la araucaria,
vacía el habla.
Habrá otro sitio y otra permanencia
para un alma que fue montaña
legión, signo
universo.