Camilo Catrillanca

Los canelos y su piel verde fueron deshojados,

Pero nadie advirtió la señal a pesar de que la machi

dijo que ese día había que cuidarse, que el cuerpo era un hilo delgado sostenido por un

poco de noche.

Un sonido surge de las ramas

misioneras del ayer que se desplaza

en el tiempo veloz y subterráneo de la madera.

Es un sonido aciago

que hace caer el tiempo de las hojas

y volar como el polvo por la tierra,

desnudo.

Un sonido

que lastima el tiempo y sus reveces

en la tarde oscura de Temucuicui,

se vuelca hacia la nada

traicionera.

¿Qué frontera se abre en el curso pensante de su tiempo

y el deseo

de una historia más justa y verdadera?

Se vuelve letra yerta, paralizada letra.

La carne rota de su etnia

ve hundir la promesa de ese cuerpo

joven,

sagaz,

y ventisquero.

Escritura corporal dejan las balas.

Remolino de luces traicioneras

se agachan, se expanden.

Como copihues o como arrayanes

brotan las huellas de su sangre.

Habrá una patria en los reversos,

Que cante al helecho taciturno,

Al duro esplendor que fue su nombre,

Al hermoso llamado de su lengua.

Habrá una forma

De hacer retroceder a los volcanes,

De volver opacos los espejos,

De articular las letras de su ritmo.

Pero ahora

solo se ven los días deshojados,

desierta de nidos la araucaria,

vacía el habla.

Habrá otro sitio y otra permanencia

para un alma que fue montaña

legión, signo

universo.