VEMOS pasar
un cerebro adelantado a su memoria
al igual que una pierna en su intento
de adelantar su pie

Vemos pasar con su muleta rota
a la filosofía
estremecida en la pregunta.

Vemos pasearse devorando su ácido limón
alegre al enemigo
demasiado irreconciliable.

Vemos acercarse
más cárdeno que nunca
con su camisa sucia, con sus zapatos
rotos a Vallejo
perdido en sí mismo.

Vemos correr a Cristo junto a Marx
y Bakunin
con su hoz, su cruz, su pan
sobre el lomo de la historia
tras la búsqueda de Zaratustra
sentado en su piedra.

Vemos avanzar el día, los meses y los años
sin hacer en el transcurso más que
recordar los días y los años en que
podíamos dormir
disfrutando un grato sueño.

Veo huir a mis amigos
irreconocibles al mirarme,
vencidos por la más bestial demencia.

Veo alejarse
al último longevo de la creación,
con Cien, con Mil Años de Soledad
bajo el brazo
y adentro mismo de cada
ingente arruga.

Veo pasar sobre el universo
a mi amada madre
con su eterna tarima del pan
a cuestas,
más anciana, más triste que al momento
de saber a sus tres hijos extraviados
de la mesa del hogar.

Veo deambular, de un lado para otro,
a la compañera de mis desvaríos,
perdida de sus hijos y sus nietos,
diluviando el mundo todo
con un llanto sin consuelo.

Veo pasar a Omar Astudillo,
mi parte no-poeta,
carnal de sus desdichas y sus luchas,
partido en dos mitades después de
culminado el intenso Apocalipsis;
tirando su ataúd,
sufriendo su inmortalidad…

Poema del libro “Naufragios”,
Ediciones Letra Nueva, 1991, Concepción, Chile.