Otoño

Tres semanas llevaba Inés encerrada en casa. El jardín cubierto de hojas secas, el cielo azul sin nubes y el tímido calor de la mañana teñían esta nueva rutina con un dejo de melancolía difícil de procesar.

Sola, cumpliendo la cuarentena impuesta por la epidemia de coronavirus. Ya no sabía si tenía sentido respetar el aislamiento como medida de protección o romper el confinamiento para iniciar una vida normal.

Pero…. ¿existía acaso una vida normal a la cual volver?, ¿era normal su vida antes de la cuarentena?, ¿lo fue alguna vez?.

Esas y otras preguntas le rondaban, circulaban en el aire, caminaban, reptaban, se detenían y luego volvían a aparecer. Como una sombra, una humedad cuyo origen desconocía.

Limpiar cajones y repisas, revisar papeles, descolgar ropa antigua, mover adornos eran tareas que, día a día, la transportaban al pasado.

¿Quería recordar?  Esa duda se le presentaba de múltiples formas y lidiaba con ella poniendo su atención en sus ocupaciones cotidianas.

La música y la televisión le servían de compañía. No se sentía feliz pero sí tranquila. Los recuerdos probablemente socavarían esa tranquilidad, no estaba segura de querer hipotecarla.

FERNANDO

Sigue su foto en el living. Sigue su figura, su recuerdo vivo.  En el dormitorio, en el comedor, en la terraza donde tantas veces estuvieron juntos.

Se conocieron jóvenes y se casaron apenas comenzaron a ganar lo mínimo necesario para gozar de una cierta independencia económica.

Vivieron por un tiempo con lo básico. Luego, pudieron comprar juntos una casa pequeña, aunque cómoda y luminosa. Todos sus ahorros los dedicaron, por un largo periodo, a su decoración.

Cuando terminaron de pagar el crédito lo celebraron construyendo una piscina. Fernandito y Mane fueron los que con más ganas celebraron este cambio. Vinieron cumpleaños, celebraciones y asados. Las tardes de verano se hicieron largas y ruidosas.

Fernando enseñando a nadar a los niños, Fernando buceando con ellos, Fernando persiguiéndola por el borde, cantando…

Todavía está en el dormitorio principal la foto donde aparecen juntos tomando té y comiendo galletas en la terraza, al borde de la piscina.

La piscina sigue ahí.

Durante el verano revive. Fernandito y su hijo se bañan juntos, gritan, bucean y se persiguen. Es como si la misma historia se repitiera una y otra vez.

Mirar la piscina cubierta de hojas hoy la lleva a esos tiempos: al sol, al verano, a la piscina limpia y llena de vida.

A Fernando, Fernando joven, Fernando sano, Fernando alegre, Fernando cerca.

Pero también la transporta a otros lugares, espacios que no quiere visitar, sendas misteriosas que llevan a lugares inesperados.

MANE

Cada vez que suena el teléfono de la casa, Inés sabe que es ella quien llama. Casi nadie utiliza los números fijos. Por esa razón se alegra cuando siente el aparato y se confirma su sospecha.

Siempre tuvieron una conexión especial. Desde muy niña, Mane fue capaz de interpretar pequeños gestos, le bastaba una mirada para entender cualquier silencio.

Su llamado al mediodía, pocas horas después de haber conversado largamente, fue suficiente para comprender de inmediato que algo grave pasaba.

Era un día soleado, un luminoso día de mayo. Mane, Fernando y Fernandito parados frente a la puerta.

No es necesario abrir ningún cajón, ni encontrar una foto para que Inés recuerde esa mañana. No es necesario cerrar los ojos ni evocar olores o palabras.

PATITO

Llegó al mundo de improviso y sin permiso un día de noviembre.

Un sueño oculto de su madre. Quizás la confirmación que ya no envejecería sola al alero de una familia ajena.

Junto con él cambió el centro de gravedad de la casa. Patito se hizo un espacio tan rápido que era imposible imaginar la vida sin él.

La familia completa presente el día que comió con cuchara, el de sus primeros pasos.  Era la mascota, un hijo, un nieto. Circulaba por la casa sonriendo. Todos detrás de él.

¡Patito, cuidado!, ¡Bravo, Patito!, ¿tiene tuto?, ¿le gustó el chocolate?

Patito convirtió el antiguo cuarto en una nueva familia.

DORIS

Doris nació en Carahue, cerca de Temuco hacia la cordillera. Se vino a Santiago a los 16 años. Estudió hasta 5º básico en una escuela rural.

Escribía con dificultad, pero tenía una memoria prodigiosa. Capaz de retener recetas, de identificar los gustos de cada uno sin equivocarse jamás.

Dos de sus hermanos la acompañaron el día de su entrevista. La siguieron escoltando por meses después que comenzó a trabajar.

Solo dejaron de hacerlo cuando Doris comenzó a salir con René, el padre de Patito. René era casado, Doris lo supo siempre.

Apenas supo de su embarazo, la relación cambió y, luego de un tiempo se acabó para siempre.

René reconoció al niño, pero nunca quiso separarse ni empezar una nueva vida con ella. Doris lo intuía. Sin embargo, la alegría de recibir a su hijo superó con creces la desaparición de René.

Su hijo fue su triunfo y su trofeo. Un trofeo que compartió con su nueva familia. Dos años después el triunfo se transformó en derrota. El trofeo, sepultado bajo tierra…..

Inés lo recuerda. Mane y Fernandito también, aunque probablemente de otra manera.

Para Inés Patito fue su primer nieto. Doris, una segunda hija.

La partida de ambos fue desgarradora.

La de Patito primero.

Sólo un minuto de descuido, una pelota que cae al agua y un niño que se abalanza a cogerla. Un instante en que la vida se corta en dos: una antes y un después.

Doris lo encontró flotando. Trató de hacerlo respirar, lo abrazó y, finalmente, lanzó un grito desgarrador. Un grito de impotencia y dolor que traspasó el corazón de todos.

Ya era tarde.

Llegó la ambulancia. Doris e Inés en silencio, unidas, pero en realidades paralelas. Probablemente las dos pensando qué sería de sus respectivas vidas.

Doris prefirió partir. Fue un segundo duelo.

Era entendible. No era capaz de volver a ver esa piscina, no era capaz de recorrer la casa, no era capaz de nada. Sólo sabía que si quería seguir viva, su vida debía recomenzar.

INÉS

La vida de Inés también tuvo que recomenzar.

Fernando se enfermó. La figura de un Fernando imponente cedió espacio a la de un Fernando frágil y, finalmente, llegó el momento de su partida.

  Los niños crecieron. Fernandito se fue a estudiar fuera, luego se casó. (Hoy tiene un hijo al que toda la familia adora.)  Mane se independizó y vive cerca de su oficina.

Inés no tuvo más opción que aceptar estas partidas. Al igual que la de Fernando, la de Doris y la de  Patito. Hubo que procesar cada partida para volver a empezar.

Comenzó a disfrutar esta nueva vida. Su casa pasó a ser otra. Se convirtió en SU casa.

Las bases sobre las cuales estaba fundada su existencia se remecieron, su vida se separó de la de las demás y adquirió una realidad propia. Su casa pasó a ser el nuevo territorio donde hoy habita una nueva mujer.

Sin quererlo, todo tomó un nuevo curso. Se convirtió en la protagonista principal. A partir de ese momento fue ella quien decidía qué programa ver, qué comer, a quiénes invitar.

Nadie le prohibía antes tomar estas decisiones. Sin embargo, por años consideró normal restarse, dejar que otros decidieran por ella.

Inés comenzó a recuperar amigas, a salir con ellas. Adquirió una seguridad en sí misma que creía no tener. Se adaptó a esta “nueva normalidad”.

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Sin embargo, todo cambió nuevamente. Esta vez, para todos. En todas partes. El mundo enteró cambió. Resultaba increíble revisar las noticias y constatar esta realidad.

Inés, que creía entender lo que era una “nueva normalidad”,  se dio cuenta que no sabía nada, que nadie sabía nada.

Comenzó, entonces, a vivir nuevamente. Sin apuro, sin hacer grandes planes. Un nuevo comienzo.

Y vinieron las dudas, las preguntas, las vacilaciones. ¿Cómo seguir adelante?

Abrió las cortinas y miró hacia afuera. Vio la piscina, los árboles desnudándose, las hojas en el suelo. Y comprendió lo que venía luego de la pandemia.

Era el comienzo de un nuevo proceso. Debía desprenderse de sus hojas secas, dejar sus ramas desnudas y cuidar sus raíces Vivir su propio y personal otoño.

Sonó el teléfono. Era Mane. Preguntaba si estaba bien, si necesitaba algo.

Nada por ahora, contestó Inés con una sonrisa.

Recordó a Patito corriendo, recuerda la tortilla de zanahorias que preparaba Doris, el primer día de colegio de Fernandito, a sus padres…

Está sola, pero nunca estuvo mejor acompañada.

Afuera siguen cayendo hojas sobre la piscina.