La vida privada de los trenes

“En las vías otra vez, otra vez respirar, la locomotora otra vez al frente, los postes de telégrafo escapando, ser tren”.
Sara Gallardo

Los trenes duermen conmigo
sobre este cansancio se acuestan,
extienden esas planchas de hierro
hasta que el pánico del aplastamiento precede a la muerte.
Esas fuerzas secretas que aprisionan,
descansan junto a mí
sin mediar palabras.
Acarrean dentro de nosotros
los gestos en los rostros del pasado
el olor de la distancia en una imagen
la lluvia sobre un mapa de cristal en las ventanas,
mientras una brisa mecánica
con su mano de aire
acaricia la historia de la inasible permanencia.

A la medianoche
los trenes me engañan
paseándose por la habitación
transitan los costados de la cama,
caen mustios mis brazos
ante esa fuerza prometeica del progreso.

No han sido capaces estas maquinarias de llevarme a otros sitios:
han hecho de mí un ser atado a las vías
que sólo ve el cielo
que únicamente desespera
cuando siente las convulsiones de un tren que se aproxima.
Hicieron un cuerpo deseoso de escapar de sus propios recorridos;
no pudieron llevarme a otros sitios, y sin embargo
fui tan peligrosamente cerca.

Al igual que las palabras
los trenes
son el sintagma ferviente del espacio,
una sucesión de vagones
en las pretensiones de la velocidad.

Las palabras son trenes que intentan desplazarse
pero les cuesta,
la máquina a vapor:
esa mano inerte que se equivoca tanto,
como una locomotora empuja la formación
y atraviesa las impiedades del tiempo.
Esa mano a vapor
sofocada por un silbato
encendiendo las pupilas de los lobos.

Un tren escribe en la llanura
como si fuera la superficie de una hoja:
una cuenca de un lado a otro escrita
sobre los viajes en que iba a buscarte,
un surco en el papel sobre el cual pensaba tu nombre
que apenas fue
una flor de cardo entrando locamente por la ventanilla
una mariposa atrapada en la jaula del vuelo
una mosca transitando el sonido blanco de la luz.
Lo efímero ante la estría del viaje
lo inalcanzable
el verde de la hierba
aquello que no te dije.

Esa noche en la que iba a buscarte
el tren llevándome por la oscuridad
los grillos cantaban el entusiasmo del viaje de ida
una luz sobre la calle de tierra.
Todo estaba escrito en la cavidad insistente
de aquello que se abisma.

Vuelvo a sentir el calor de aquel verano
la plegaria del último tren
una rúbrica en las escrituras de la brea derretida
mis alas soldadas al reflejo de lo que creí verdadero,
cuestiones imperceptibles
pueden unir hábilmente el corazón
con el recuerdo de lo que fue separado.

Jamás vendrás por esas plataformas
no regresarás en los trenes, ni en las noches
ni volverás de la lejanía de todo aquello
que creíste que era tuyo.

Una sombra
hubo de posar su mano sobre nuestra frente
aquella noche
en la que íbamos sin saber.