ESE SABOR MUCRE DEL CAQUI (fragmento)
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ESE SABOR MUCRE DEL CAQUI (fragmento)

Rosa Emilia Alcayaga

En ese peregrinar silente asoma sólo la oscuridad más inmensa retratada en piernas con pantalones verdes. Botas negras. Barro. Mucho barro. Huecos que te tragan. Cientos de carteles “estamos trabajando para usted”. Una fotografía preñada de espectros que duermen solitarios. Que se multiplican y cubren toda la alameda. Sonajeros desolados que tintinean sordos al compás del hambre. Colchones callejeros. Escondrijos que acusan mostrando cabellos canos que a esa hora esquivan los designios entre cartones. Perros reventados. Bolsas de neopren delatan socavones. Uñas escarban ataúdes de polietileno en cada esquina. Predicadores alabando al potente. Alfombra infinita de baratijas nocturnas. Fisgones morbosos esperan la próxima víctima. Mundo trocado espectáculo. Hilera de puñales que rezuman rencores. Nudillos a la espera de un rostro donde descargar el odio. Todo negro. Como telón de fondo de las luces de neón que ríen éxito con carcajadas llenas de dientes blancos. De fantasías kilométricas sin caries.

Por eso corro. Desamparo perpetuo que abruma. Estoy al borde del abismo en ese mi cerro de Talcahuano en el vértigo del acantilado. Y cuando las lágrimas que están muy adentro rebasan el océano de los ojos. Y siento que toda el agua del universo saldrá de este cuerpo pequeño. Flaco. Esmirriado. Entumido. Estúpido. Tirado a la vera del camino mirando aquel crepitar de olas. Allá abajo. Golpeando las filudas rocas del tiempo. Con olor a huiro. A luche. De esa tierra de la niñez. Despierto de puro susto. Pálida como el ulte cocido.