20 Nov LA SILLA ELÉCTRICA (1)
Hambriento de sueño naufrago en la Irrenhaus
-manicomio sin más- de Zwiefalten
FIN de mi barbitúrica quema a lo bonzo
120 pastillas verdes para 24 horas en coma
excepto el instante eterno cuando salgo
del holograma del cuerpo y del mundo
-en India será romper el Velo de Maya-
y claro uno bárbaro occidental
lo rompe con la catapulta
de dos frascos contra el insomnio.
Magnífica locura vuelves visible un sol negro.
Estrella parida en el acto
de salir del alma cuando sientes
contradictoriamente tus átomos reclamando no morir
cuando tu cuerpo ya casi
libre del ser que soñaste ser es
la inerme carne que quieres matar en un acto de puro espejismo.
Alpes entre Alemania y Suiza. Calvinistas
montes de Heidi: Zuabia profunda con insólitas trutrukas enormes
tripas de culebra como cornos de tres metros de largo
que resuenan como la Muerte sopladas a la hora del ángelus
por los pastores de Heidi…/
Zwiefalten con su manicomio vecino de otro
manicomio: el templo de monjes pietistas
enamorados como Edipo de la Madre de Dios.
Zwiefalten con la vista más bruja más color piedra más triste del planeta
vista a la basílica más rococó y DE-CO-RA-DA con los más pésimos
frescos que fiebre ninguna/
pudo alucinar: ampulosa cúpula superpoblada de santas y santos
levitando entre nubes de crema de torta de novia…
Nada tan honrada y horrorosamente Kitch
en toda la histeria del arte. Aber natürlich
era perfectamente evitable tanta tonelada de dorado tanta
pluma de concha de perla tanto querubín ario volando
a lo superman entre tal ninfómana e
insaciable exageración de amorcillos a lo Botero más la amplia colección
de Cupidos/
bronceados como chorizos de paella. Obviamente todo pegoteado a un bendito
cielo falso de azul mentido a destajo que muere por ser alegoría
de la gloria celestial chorreando belleza divina y
y que por angas y por mangas consigue provocar
un flash-back de ballena varada
algo como la triste suerte del cachalote en el matadero que hicimos del mar
con pelícanos reventando de bolsas de plástico./
Fue un día del que ignoro el día el mes el año.
De concentrado en el irreal tiempo del reloj
como nunca en la vida espero sean a las ocho y pico
las 9 de la mañana. Intento invisibilidad total
entre 40 ó 50 locos de volcán. Mínimo cualquiera yunta del marqués de Sade.
La original escuela surrealista encabezada por Antonin es meada de monja
pedito de sor Teresa de Calcuta en relación a estos mutantes.
Un inglés que sabrá André Breton cómo y cuándo encalló aquí
intentó estrangularme hará minuto en un comedor para locos o
potrero luterano donde oh hipócrita lector!
era el “único interno” con mi bandeja de desayuno
metálica cromada empavonada fría espejo de mi angustia…
Único dueño absoluto -me creía!- de aquella pampa comedor con grandiosa vista
a un abismo./
Confieso agradecía de corazón el café negro y a Haydin -creo- en una vieja
Grundig de tubos y ojo mágico.
Y era la paz. Y la total tristeza. Y el súbdito británico
entra caminando como aquella momia de las viejas películas
y de pronto sus largos brazos de araña vienen directo
por mi cuello: sentí de Stephen King mi soledad
entre tanto ventanal reflejando la mala leche del
deshacerse de la nieve. Del deshacerse por doquiera del desplome
de las notas do-re-mi-fa-sol y el escape a zafarrancho de las musas
del Conservatorio y la Orquesta Sinfónica hasta que en rapto inspirado
intuyo sea la Classic Musik la razón de la sinrazón
que a la momia-araña-de-la-pérfida-Albión
vuelve más loco de lo que es y alcanzo
a apretar la tecla precisa de la Grundig
gemela de otra en la casa de mis viejos
(por un instante la canción de Piero los tangos aquellos) y en el puro silencio
de un duelo de spaggetti-western/
irrumpe el silbo de la muerte y somos dos vaqueros-fantasmas en un final
con balas de plata
hasta que el gringo deja de verme… y zas!
da media vuelta con sus brazos de zombi
y yo libro con mi cuchara
palpitando como caballo y cruzo
la cinta negra
en lugar último.
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