FERNANDO PESSOA : LABERINTO DE VIDRIO
366
post-template-default,single,single-post,postid-366,single-format-standard,bridge-core-2.0.1,vcwb,ajax_fade,page_not_loaded,,vertical_menu_enabled,qode-title-hidden,qode_grid_1300,side_area_uncovered_from_content,qode-content-sidebar-responsive,qode-theme-ver-19.0.1,qode-theme-bridge,qode_header_in_grid,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

FERNANDO PESSOA : LABERINTO DE VIDRIO

Omar López

Hay poetas malos que tienen todo el derecho de existir y todos los derechos para publicar, perpetrar lecturas, hacer talleres, organizar incluso encuentros internacionales de escritores y con la velocidad de un rayo, obtener licencia de  escritor o poeta … y están los buenos poetas que ya no están y  que en la edad de nuestro tiempo, siguen vivos, saludables y certeros en la expresión de sus versos.  El próximo 30 de noviembre de este infectado año  2020  se cumplirán 75 años del fallecimiento de Fernando António Nogueira Pessoa, nacido el 13 de junio 1888 en un barrio de Lisboa.  Apenas 47 años de existencia que hasta el día de hoy no termina de descubrirse  porque el mundo de este alucinante personaje era la auto marginación y el desapego a toda  ponderación social, nunca buscó figuración ni posiciones, habitaba la sombra antes que la vitrina  y  creó  un infra diálogo con sus heterónimos asombroso en profundidad y misterio.  Nada más lejos de un pobre narcisismo o aparataje de vanidad: Todo lo contrario Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Alberto Caeiro son a partir de Fernando  el antifaz  anímico de una misma máscara,  vehemente pluralidad que podríamos definir fácilmente como  un “laberinto de  espejos” pero, no.  Es puro vidrio, con zonas opacas y a veces relucientes,  casi tan transparente como sus voces  o tan frágil como el  marco de sus lentes. Él lo explicita muy bien en un par de frases: “Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que vea la vida, no puedo tocarla”

                          Lo he imaginado siempre como un transeúnte diluido en un barrio de Lisboa, confundido con la humedad y la niebla de sus jardines o calles empedradas  luego de estar en ajeno diálogo con un par de amigos en una taberna lusitana.  Su condición de oficinista rutinario y aplicado que lo tuvo en una época redactando, incluso, avisos publicitarios  ( entre ellos, uno para la instalación de la Coca-Cola en Portugal) es el puente con la realidad ciega y nada más que eso. Su verdadero paisaje, su habitación de ser es la poesía y la reflexión constante, la escritura diaria y solitaria desde raíz a copa como si fuera un enorme árbol de ideas y sensaciones que, azotado por un temporal, podía doblegarse y crujir, pero no llorar o que, en la espontánea primavera de cualquier minuto, renacía ya en la desconfianza, ya en el dolor, ya en el escepticismo.  Argumentos y estilos le sobraban y de ahí la aparición de tantos poetas en uno solo con biografías y vidas distintas, con formas poéticas diferentes, con pequeños cuadernillos firmados como Caeiro, Reis, De Campos o Pessoa además de correspondencias entre uno y otro, juego de complicidades literarias entre Álvaro de Campos y Fernando Pessoa por un lado y comentarios de la obra de estos por Ricardo Reis y Alberto Caeiro, hacia “sus maestros”. 

                                                                         Por otra parte, existe en esta multiplicación de personajes   (“ De entre los 136 autores ficticios inventados por Fernando Pessoa, uno era pájaro: el ibis, un ave egipcia. En su dramática y prolífica despersonalización, Pessoa también enseñó a ser ave…”) (1)   un tal Bernardo Soares, “empleado de comercio” que firma las cotidianas, dolidas y ácidas reflexiones de “Libro del desasosiego” que comenzó a escribir por el año 1912 y que finaliza meses antes de morir.  Recién en 1982 se editan estos manuscritos  tras varios años de ordenamiento cronológico y  temático  de  varios estudiosos,  porque son miles de papeles  y cuadernos durmiendo en un baúl.  Por este motivo, todavía no hay un conocimiento definitivo de su obra y de su vida, pero Octavio Paz, nos aproxima a la energía plural de su imaginación…  “Pessoa cuenta que desde niño vivía entre seres imaginarios, (“No sé, por supuesto si ellos son los que no existen o si soy yo, el inexistente: en estos casos no debemos ser dogmáticos”) Los heterónimos están rodeados de una masa fluida de semiseres : el barón de Teive; Jean Seul, periodista satírico francés; Bernardo Soares, fantasma del fantasmal Vicente Guedes; Pacheco, mala copia de Campos…No todos son escritores: hay un Mr. Cross, infatigable participante en los concurso de charadas y crucigramas de las revistas inglesas ( medio infalible, creía Pessoa, para salir de pobre ), Alexander Search  y  otros.  Todo esto – como  su soledad, su alcoholismo discreto y tantas otras cosas- nos da luces sobre su carácter, pero no nos explica sus poemas, que es lo único que en verdad nos importa” (2)

                                              A nuestro juicio, Fernando Pessoa habita un laberinto de cristal en perpetuo movimiento de sombras y asombros, de enfáticas contradicciones  y dudas, de una hermosa e inútil  perplejidad de existir por y para un instante que nos atrevemos a cuantificar como la milésima de un segundo.  En la conclusión de una carta  de Pessoa a un editor inglés, señala:  “…Personalmente, confieso que cada vez tiendo más a colocar a Milton por encima de Shakespeare como poeta.  Pero –debo confesar-  en tanto soy alguna cosa ( y me esfuerzo mucho en no ser la misma cosa por más de tres minutos, lo que sería una mala higiene estética)  yo soy un pagano, y por tanto estoy más cerca del artista pagano Milton que el artista cristiano Shakespeare. Todo eso, dicho sea de paso, es asunto tangencial, y espero que se me pueda disculpar que lo menciones aquí” (3)  Creemos oportuno señalar que Pessoa había recibido desde los ocho años, una formidable educación en colegios británicos y su desempeño como alumno fue siempre destacada en idiomas ( francés, latín e inglés) , historia y física. 

                                               En la parte final de la carta citada anteriormente , sus afirmaciones son categóricas,  pero también está la  duda:  “ A veces sostengo que un poema – y lo mismo diría una pintura  o una estatua, pero no considero la escultura y la pintura artes, sino solo trabajos artesanales perfeccionados- es una persona, un ser humano vivo, perteneciente en presencia corpórea y existencia carnal a otro mundo, en el cual nuestra imaginación lo arroja, y su apariencia ante nosotros, cuando LO leemos en este mundo, solo es una sombra imperfecta de esta realidad que allá es divina.  Espero que algún Día, después de la muerte, yo encuentre, ante sus presencias reales,  esos pocos niños que crié hasta el momento, y espero que pueda considerarlos bellos en su radiante inmortalidad.  Usted quizá  se pregunte cómo alguien que se considera  pagano puede suscribir esas imaginaciones.  Yo era pagano, sin embargo, dos párrafos más arriba.  Ya no lo soy cuando escribo esto. Al final de la carta,  espero ser algo más, Pongo en práctica, en tanto me sea posible, la desintegración espiritual que pregono.  Si alguna vez soy coherente, es solo  con la incoherencia  de la incoherencia.”(4)

                                                ¿Puede ser aplicada esta visión, esta afirmación enteramente “pessoaneana” a  nuestro actual encierro, nuestra eventual desintegración pandémica que no solo   vacía calles, plazas y  convenciones sociales con la rapidez de un huracán, sino que desnuda o puede llegar a desnudar lo pétreo y lo inconmensurable del alma humana? .  La respuesta es sí, porque precisamente la virtud de un poeta auténtico, genuino  en sus  modos y figura, radica en su atemporalidad y  en su frescura, en su humildad de  orgullo y en su identidad de aire.  Dada la estatura universal de Fernando Pessoa, su mapa y sus bosques literarios, sus compuertas oníricas y sus desdoblamientos de sombras no  podemos deletrearlos  en dos o tres páginas.  Examinemos un poema  que tiene la particularidad de “imitar” digamos, un estilo:

                                                           RUBAIYAT

El largo, inútil día se hace sombra.

La esperanza que no se da se escombra.

Puntual…la vida es un mendigo ebrio

Andando de la mano con su sombra.

                        *

Dormimos universo. La gran masa

Del desorden de cosas nos enlaza

Sueños; la ebria confluencia humana

Vacía suena de una en otra raza.

                       *

La pena sigue al gozo, el gozo a esta.

Ora bebemos vino porque es fiesta,

Ora bebemos vino porque duele.

Pero de un vino o de otro nada resta

Tres estrofas – o mejor, tres poemas cortos- con la misma estructura rítmica: cuatro endecasílabos, rimados los versos 1,2 y 4 – desentonando solo el tercero ( 5)

                                                         En este caso Pessoa, rinde un homenaje  a un antiguo  y  lejano poeta persa,  Omar Jayam, matemático, astrónomo y poeta nacido en  la segunda mitad del siglo Xl  y que murió en eño 1123, titulando “RUBAIYAT” ( “la obra de Jayam con cerca de 400 cantos y poemas) un texto en tres estrofas . Nosotros recién iniciado el siglo XXI  podemos afirmar  con lentitud de cirujano, que él está presente en cada balcón donde ahora se canta, en cada rincón donde  hoy se llora o en cada momento donde aquí se piensa.        

No soy nada./Nunca seré nada./No puedo querer ser nada./Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.”   Así comienza un  extenso, hermoso y profundo poema de Álvaro de Campos que a ojo de buen lector se convierte casi en un manual de filosofía existencial. Lo titula “Tabaquería” porque el poeta observador  desde la ventana de su cuarto se interna en un bosque de movimiento humano, de cotidianidad mecánica y rutinaria que incita a desnudar el sin sentido del ser y la tranquila inercia  de los objetos o de las cosas: “Calle inaccesible a todos los pensamientos,/Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta/Con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres/.   Este tremendo De Campos no tiene la timidez ni la desconfianza de Pessoa. Es una sintaxis  resuelta, enfática y mordaz. En el siguiente fragmento, escribe:  “ Hoy estoy vencido como si supiese la verdad,/Lúcido como si tuviese  para morir/ Y no tuviese más hermandad con las cosas que la de una/despedida y esta casa y las que la siguen/ Se vuelve  la hilera de  vagones de un tren/Y hay un largo silbido/ Dentro de mi cráneo/ Y   hay  una sacudida  en  mis nervios y crujen mis huesos en la arrancada

                                                         Luego de beber unas gotas de esta densidad, de esta magnífica conducta de genuina, pura humanidad y transcrita con la inmediatez de sus íntimos latidos queremos reiterar que la buena poesía invocada  por antonomasia en las primeras líneas de esta nota,  se distingue precisamente por la  potencia de sus imágenes y un  lenguaje de transparencia cotidiana como el vuelo de una mosca. No hay retórica dramática y cursi, no existe el  “yoismo”de los “tenores huecos” ( en palabras de Antonio Machado )  y además, sus vasos comunicantes están dotados de una verdad no siempre bien leída.  Cualquier poema de Fernando Pessoa contiene una simbología que es universal pero a la vez, estrictamente personal e intransferible y el juego de la verdad disfrazada de mentira y viceversa es  también un sello de calidad que a veces resulta incomprensible y en otros momentos, sacude nuestra raíz emocional.

                                                              Veamos, para finalizar,  un texto que desde su título está representando la artesanía verbal del poeta y una aparente superficialidad en la expresión  de sus dos últimos versos contrastados con el enorme peso intelectual  afirmativo del verso inicial:

                                                           AUTOPSICOGRAFÍA

                                     El poeta es un fingidor.

                                     Finge tan completamente

                                    Que hasta finge que es dolor

                                     El  dolor que en verdad siente.

                                     Quien lee lo que escribió,

                                     Siente en el dolor leído,

                                           No los dos que él concibió

                                          Sino aquel no poseído.

                                            Así en su ranura rueda,

                                           Divirtiendo a la razón,

                                           Ese trencito a  cuerda

                                           Que se llama corazón.

                                                                               (01/04/1931)      

  

                                                            En estos días como sentenció Pessoa en uno de sus proyectos, “FE DE NO ERRATA” donde dice: Necesitamos  invadir nuestro íntimo universo para encontrarnos con los  otros, es exactamente eso y nada más o nada menos, que eso. El resto, o  es  ingenuidad ante la perversión de la publicidad o  el engranaje de los poderosos nos cuantifica como uno más en su rebaño.                                      

OMAR LÓPEZ

Puente Alto, abril 08 de 2020                                                                 

FUENTES:

(1)   “ Cómo  Fernando Pessoa puede cambiar su vida” Carlos Pittella y Jerónimo Pizarro; Ediciones Tácitas ; Santiago, noviembre 2019.

(2)  “Fernando Pessoa, Antología. Prólogo, selección y traducción  de Octavio Paz; Editorial Laia; Barcelona, 1984.

 (3-4-5)  “ Cómo  Fernando Pessoa puede cambiar su vida” Carlos Pittella y Jerónimo Pizarro; Ediciones Tácitas ; Santiago, noviembre 2019.

Acerca del autor

Acerca del autor

Omar López – Santiago, Chile – 1955 – Ha publicado dos libros: Malas Costumbres ( 1990 ) y Tocar su piel (2018).- Tres Trípticos:   Hombre circular ( 1984) –  Datos al oído del sol ( 1985) y Tríptico Andamio ( 2017). Otras  publicaciones en la Gota Pura, Colectivo de Escritores Jóvenes ( 1982), Revista Andamio ( 1979) ; Grupo Tralca ( 1984).-