CONFINAMIENTO
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CONFINAMIENTO

Sin título (Daniel Leal)

CONFINAMIENTO

¿Qué será de nosotros ahora? Esa parece ser a pregunta que recorre el planeta con la presencia de este virus, mezcla de vampiro y chino mandarín.

Genética incestuosa que inunda nuestras vías respiratorias hasta fibrosar nuestros pulmones y los vasos sanguíneos de otros órganos, hasta la muerte  en muchos casos, hasta la asfixia. ¿Existe  una muerte más terrible que esa?, ya lo sabían bien los Romanos, una muerte desesperadamente lenta y dolorosa, impuesta como castigo al que desafiara al imperio. Ya lo supo bien Jesús que a pesar de su temple, terminó pidiendo auxilio a su padre por su destino.

Los virus son microorganismos oscuros que acechan a sus víctimas y los parasitan en sus ADN para poder adquirir vida. Fantasmas que sin un cuerpo no pueden habitar el mundo de los vivos. Quizás la humanidad fue un virus  primero antes de la autopoiesis y quizás por lo mismo no podemos mirar nuestra sombra en el espejo y por eso no los podemos atrapar. A pesar de siglos de conocimiento y tecnología. Desde Sócrates, desde los mayas  y los egipcios no hemos alcanzado la “cura”. Pasamos de generación en generación renovando nuestra inmunidad y  haciendo un habla y contra habla con ellos. En una guerra inmunológica que ha dejado más muertos que todas la guerras de la humanidad juntas.

Algo de tierra hemos quitado al mar.

Menos mal. Hace siglos no más, la humanidad no sobrevivía más de 35 años promedio. Alejandro Magno murió a los 31 por ejemplo, después de conquistar al mundo. Algún virus nos fue matando siglo tras siglo, sin contemplaciones de razas ni riquezas. Luego la vacunación de cepas atenuadas estimuló nuestra inmunidad y nos hemos ido salvando y gracias a ello tenemos un promedio de vidas de 75 -85 años ahora. Pero siempre viene uno nuevo y nos pone a prueba.

En una metáfora infinita de sobrevivencia y temple nos aferramos a la vida y los Virus se aferran a nosotros en una lucha circular infinita que se toca la cola, “la cola del diablo” como decía el cura de mi barrio en su alucinación profética mientras la ciencia alcanza una nueva inmunidad y el personal  médico salva a los que puede, la única medida que nos pone a salvar es estar sin contacto con otros que nos puedan contagiar, o sea solos, confinados a nuestro propio cuerpo y a nuestro viejo ser. Tan sociales que somos los mamíferos, tan manada, tanto que nos gusta tocarnos, abrazarnos e irnos a copular compulsivamente, tanto fluido compartido históricamente y ahora tener que aislarnos y confinarnos para sobrevivir.

Para la mayoría una condición tortuosa. La oxitocina del abrazo ya no se secreta, la dopamina del ejercicio y de la cópula tampoco, todos los mamíferos se marchitan al quedarse solos, entristecen y engordan, ya que la única manera de fabricar serotonina es asimilando carbohidratos y triptofano. Pasta y chocolates, por la boca ansiosa y como la única gratificación posible  o de forma autolítica y masoquista dejando de comer.

La mayoría encerrada, mira por las ventanas del invierno o desde los balcones a cualquier otro humano con nostalgia y con un extremo afecto de compañerismo, igualdad y altruismo. Un deseo freudiano por los otros, como  nunca, porque ya sabemos también del egoísmo humano, la envidia y la lucha por la supremacía tan humanos también. Se ve la estirpe marchitando de a poco de acuerdo a los días de presión involuntaria. Nos acecha la angustia a la incertidumbre, el temor a la muerte, el pánico obsesivo del contagio, cambian nuestros ritmos circadianos y nuestro reloj biológico se altera severamente bajo este stress implacable. La desconfianza paranoica de nuestras pesadillas se traslada a la realidad la inundan, un cansancio infinito nos debilita sin movernos para nada el sueño no llega a tiempo y nos confundimos en una cierta irrealidad ensimismada. En la soledad, o se tiene profundidad de campo y memoria emotiva o solo estamos condenados al pavor de una realidad viscosa, que se mira desde un ventanal nostálgico y que nos  hiere en la violenta expresión de la cibernética de las cosas.

¿Qué será de nosotros, ahora? Se preguntaba Enrique Lihn en su “invernadero”. Los que han vivido una vida profunda y cultivado el ser, tiene una gran excusa para recorrer los laberintos   de la memoria, leer y escuchar la música de las esferas y gozar de la sublimación de los sentidos, la infancia, los amores, los sueños, los paisajes, pasan uno tras otro. En estas visones y un placer a ratos fanático los seduce, literatos, músicos, pensadores, intelectuales o místicos podrán regocijarse en sí  mismos con total fluidez no importara tanto el otro si no el significado del otro y su simbolización.

El presente quedará suspendido y el pasado emocional profundo será un consuelo sabroso para nuestro ser. Sin futuro muy claro y sin tantos destinos suspendidos, sin euforia pero también sin pena ni angustia. Son  pocos pero resistirán muy bien este pequeño Apocalipsis, la mayoría ansiosa inundará las calles y se volverá a contagiar una y otra vez.

¿Qué será de nosotros, ahora? En lo personal, transito en todas esas realidades, como médico presto ayuda y estoy cara a cara con el virus todos los días y me fortalezco en esa épica. De alguna manera, toda la vida esperamos una tormenta así, aunque muramos en ella, es raro pero todo el personal de salud siente algo parecido y se reconocerá en estas palabras.

Veo y escucho el sufrimiento mental de los sobrevivientes, con mi caja de resonancia de alta vibración sintonizo el campo de los otros  y trato de armonizar su música y ordenar su narrativa. Me agoto en esto ,placenteramente, luego regreso casa, beso a mis hijos, le doy su comida. Luego releo a Lihn y escucho a Bach, entro y salgo de la realidad, voy y regreso de mí mismo  de alguna forma creo que así permaneceré inmune,”que nada tiene que ver el dolor con el dolor”.

¿Qué será de nosotros ahora?

Bueno, nadie lo sabe. No hay certezas, pero sí esperanza. Es la historia de la humanidad, ¿no es verdad Enrique Lihn? Solo palabras que uno escribe y deja de hacerlo.

Ya nunca volveremos a caminar juntos por las calles de Santiago que tanto amabas y ningún bar nos cobijará Enrique Lhin, pero a ratos, en el confinamiento que nos libera del afuera te escucho decir:

”Nada tiene que ver la desesperación con la desesperación/las palabras que usamos están
viciadas/no hay nombres en la zona muda”

Acerca del autor:

Juan Ariel Zúñiga, Médico Psiquiatra, Terapéutico Sistémico, ex-poeta.