Imagina que entras al tugurio donde se baila los sábados.
Entras cuando suena la voz de Lennon.
Justo en el momento que un brazo te toma de la cintura.
Y una voz suave y grata te susurra – bailemos.
Y tú aceptas.
Y lo haces porque sí.
Porque te crees irresistible.
Estás irresistible hoy (los hechos lo demuestran).
Y porque te gusta esa música,
y porque no recuerdas la última vez que hiciste un amago
por mover sin medida, las caderas.
Imagina que sigues el ritmo y le abrazas.
Se miran.
Se sueltan y aprietan.
Sueltan y aprietan.
Te dejas.
Es Lennon modulando en tu oído.
Imagina que sales de ahí aún con la melodía.
Y Lennon te sigue hasta la pieza que arriendas.
Y entran en la habitación y no advierte tu pobreza.
Y te despiertas abrazada a cuerpo ajeno
sabiendo que se irá en cuanto abra los ojos.
Y se vestirá incómodo o incómoda.
Y no sabrá decirte nada.
Ni siquiera tú sabes lo que se dice.
Porque hasta ahora nadie había pasado
una noche completa
enredada contigo.
Inédito