Cuando el frío escapaba de la casa
aves diminutas paseaban por el jardín
haciendo alardes de sus míseras libertades.
Y en el corredor de la casa,
la melodía iba al compás
de la máquina de coser
en los oídos.
Nosotras mientras
nos marcábamos de moras los rostros
y trepábamos a las copas de los árboles.
Creyendo que desde ahí
Era posible divisar
el destello del mar
con sus olas inconclusas.
de Última Esperanza, 2016